Varios miles de voluntarios y el influyente clero portugués quieren hacer de la visita de Benedicto XVI una demostración de fervor católico cuando más parecen necesitarla tanto Portugal, cuya legislación ha sido liberalizada en los últimos dos años, como la Iglesia, blanco de una ola de escándalos de pederastia.
El viaje del Papa Ratzinger, del 11 al 14 de mayo, será el quinto que realiza un Pontífice a Portugal y encontrará el mismo país de gran mayoría católica pero con acusados cambios en cuestiones primordiales para la Iglesia desde que su antecesor, Juan Pablo II, realizó su tercera y última visita, hace diez años.
Entonces todavía estaba fresca la victoria del "no" en el referéndum de 1998 sobre el aborto -aunque por un solo punto porcentual- y no existían aún el divorcio sin consentimiento mutuo ni el matrimonio homosexual en Portugal, ahora sólo pendiente de que el jefe de Estado, el conservador Aníbal Cavaco Silva, lo promulgue.
Nueve años después de aquella primera consulta el resultado dio la vuelta y, en 2007, aunque también con una gran abstención, el 59 por ciento de los diez millones de portugueses apoyó la despenalización del aborto, frente al 40 por ciento que se opuso.
Portugal mostraba en las urnas una marcada liberalización y el apoyo al aborto, en cuya campaña se empeño personalmente el primer ministro socialista, José Sócrates, pasó en nueve años de tener el respaldo de 1,2 millones de portugueses a lograr el de 2,2 millones, con sólo seiscientos mil electores más que en la consulta anterior.
Cavaco y Sócrates, que coinciden en llevar alrededor de cinco años en el poder, protagonizan ahora una difícil cohabitación política puesta a prueba por sus diferentes visiones sobre la grave crisis económica nacional, la enemistad de sus respectivos partidos y el abismo de sus convicciones religiosas.
Las leyes sobre el aborto y el divorcio promovidas por Sócrates fueron promulgadas con resignación y objeciones por el muy católico Cavaco, atado de manos en sus potestades presidenciales ante la mayoría de izquierda que sacó adelante en el Parlamento ambas leyes y la del matrimonio homosexual.
Esta última, que excluye el derecho a la adopción, fue enviada por el jefe de Estado al Tribunal Constitucional, pero el máximo órgano judicial luso le dio luz verde el mes pasado y dejó solo a Cavaco ante la decisión de promulgarlo o emitir un veto que sólo serviría para retrasar su entrada en vigor.
El presidente puede aún esperar a que concluya la visita del Papa para pronunciarse y evitar una noticia considerada mala por los católicos lusos, que preparan entretanto actos multitudinarios para homenajear al Pontífice.
La Iglesia portuguesa se ha esforzado para que Benedicto XVI se dé un baño de multitudes en las cuatro jornadas que permanecerá en las dos principales ciudades de Portugal, Lisboa y Oporto, y en Fátima, uno de los lugares emblemáticos del catolicismo.
El templo mariano recibe cinco millones de visitantes al año y quema dos toneladas de velas por semana en las ofrendas que hacen los peregrinos, que abarrotan el recinto cada mes de mayo, cuando se conmemoran las apariciones en el descampado de Cova de Iría.
El santuario mariano, tuvo un especial significado para Juan Pablo II, que lo visitó tres veces y siempre agradeció a la Virgen portuguesa su salvación en el atentado que sufrió en 1981, y ahora la nueva visita papal ha atraído ya a millares de fieles que llenan los numerosos hoteles de la localidad, a 125 kilómetros de Lisboa.
El Papa oficiará tres misas solemnes en los escenarios abiertos de la enorme explanada del Santuario de Fátima, la plaza del Comercio de Lisboa y la Avenida de los Aliados de Oporto que exigirán los mayores despliegues de seguridad y movilización urbana realizados en el país desde el campeonato europeo de fútbol de 2004.