MEXICO.- ( AGENCIALAVOZ।ORG )Pedro mira a cada rato de refilón hacia la puerta cuando habla de su homosexualidad. Sus vecinos en Ciudad de México no saben de su preferencia sexual.


«Si me preguntan, por supuesto que se los digo», afirma este joven de 24 años, que prefiere no revelar su verdadero nombre. Ha tenido antes experiencias negativas.
Los ataques contra homosexuales y lesbianas son poco frecuentes en México, pero solo una pequeña parte vive abiertamente su preferencia.
Hay muchos prejuicios todavía en este país de mayoría católica.
La Ciudad de México se convirtió en el 2009 en la primera urbe de América Latina en aprobar los matrimonios homosexuales, incluyendo la posibilidad de adoptar niños, lo que fue impugnado ante la Suprema Corte de Justicia. El lunes, el máximo tribunal validó las adopciones.
En los últimos meses y semanas ha habido intensos debates.
Jorge, un homosexual de 31 años, fue uno de los que encendió los ánimos al dar a conocer que su madre -que hoy tiene cinco meses de embarazo- le había prestado el vientre para convertirse, al mismo tiempo, en madre sustituta y abuela de su hijo.
Oriundo de la ciudad de Guadalajara, Jorge piensa viajar a San Francisco a hacer un curso para padres homosexuales.
En México no existe aún nada similar, aunque esto podría cambiar con la determinación de la Suprema Corte.
Hace unos días un político regional del estado de Querétaro, en el centro del país, se pronunció por crear espacios separados para gays en cafés y bares a fin de que evitar «espectáculos».
La decisión de la Suprema Corte de aprobar las adopciones fue recibida con rechazo en los círculos conservadores y con alegría en la Zona Rosa, el barrio homosexual del centro de la Ciudad de México, donde también hay importante actividad turística.
«Tarde o temprano todos los homosexuales pasan por la Zona Rosa», dice Pedro. Los gays y transexuales de la capital mexicana, y también cada vez más de otras partes del país, suelen visitar este barrio donde pueden expresar libremente su elección sexual.
No obstante, Pedro afirma que la Zona Rosa es como una «cápsula». Muchos heterosexuales la evitan principalmente en la noche, cuando están en plena actividad los sex-shops, bares, restaurantes y clubes nocturnos. «Cuando mi novio y yo salimos de la Zona Rosa, instintivamente le suelto la mano», cuenta.
Aunque sobre el papel en la Ciudad de México los homosexuales tienen muchas más libertades que en otras urbes del continente, en la vida real no existe plenamente esa igualdad.
Según Pedro, no hay un diálogo abierto entre homosexuales y heterosexuales, y si bien la Corte fortaleció los derechos de las parejas del mismo sexo, la meta tendría que ser que ya no hagan falta «cápsulas» y que la comunicación pueda ser más transparente. «La mayoría de las veces hablamos unos sobre otros, pero no unos con otros», señala.